HAY EXILIOS Y EXILIOS


El otro exilio: La incompetencia y venalidad de la clase dirigente argentina expulsa del país a los más capacitados y emprendedores

Uno de los efectos más dañinos de la dictadura progresista es el secuestro de las palabras, que le son devueltas a la sociedad privadas de cualquier otro sentido que no sea el que el progresismo quiere darle. Tomemos, por ejemplo, la palabra “exilio”. Cuando se habla, y se escribe, y se canta y se llora, sobre el exilio, la palabra remite exclusivamente a quienes dejaron el país por razones políticas durante la dictadura militar cancelada hace 35 años.

Pero nadie piensa en el exilio mucho más numeroso, y doloroso, provocado por la sucesión de catástrofes económicas que nuestra querida democracia nos viene regalando desde 1983. Para el exilio político, la progresía inventó la denominación técnica de “exilio forzoso”, aunque lo “forzado” de ese exilio haya sido más bien subjetivo, y aunque hayan existido muchos que en los 70 se inventaron una condición de peligro inminente para aprovechar la generosa acogida que varios países principalmente europeos daban a esa clase de refugiados, y adelantar así sus carreras académicas en ámbitos que difícilmente hubiesen podido alcanzar con sus talentos.

El kirchnerismo inventó un subsidio para esos exiliados y sus hijos, y los reclamantes no llegaron a sumar 6.000. El subsidio equiparaba la condición de exiliado forzoso con la de detenido-desaparecido, y los beneficiarios cobraban lo mismo por una jornada de estudios en la Universidad de Upsala, que lo que cobraban los ex presos por una jornada de prisión y tortura. El gobierno de Cambiemos redujo ese beneficio a una cuarta parte, pero no lo eliminó. Todo esto es extravagante, pero no es lo peor. Lo peor es que esos menos de 6.000 exiliados “forzosos” por razones políticas, de los que se habla cuando se habla de “exilio”, se comparan con alrededor de un millón de exiliados –¿“voluntarios”?– por razones económicas, dispersos por el mundo en una diáspora que cubre todo el planeta pero tiene sus colonias más numerosas en España y los Estados Unidos. De este exilio, que afecta principalmente a familias de clase media, poco se habla, poco se cuenta y poco se canta, ni mucho menos genera subsidios, a pesar de que ha producido y produce desgarramientos mucho más dolorosos que el exilio político.

Ese exilio por lo general no tiene nada de voluntario, y los que se van tienen que juntar fuerzas suficientes para fundar una nueva vida en suelo extraño y para cargar con la inevitable sensación de fracaso que pesa sobre sus espaldas. En términos de capital social, se van los que el país más necesita: los mejor preparados, o los mejor dotados para la empresa vital; en términos generacionales, se van los más jóvenes, dejando atrás a sus padres ancianos que han debido adaptarse con urgencia al uso del Skype y del Whatsapp para reducir las distancias y mitigar el dolor. Al otro lado de la línea campea la nostalgia, la desesperación por la yerba, el dulce de leche y los alfajores, la obsesión neurótica por escuchar a través de la red radios argentinas, y los mil y un grupos de “Argentinos en …” brotados por todo el mundo. Prácticamente no hay familia de clase media que no haya sufrido alguno de estos desmembramientos, pero este drama silencioso no tiene visibilidad. Entre otras cosas porque quienes lo han provocado tampoco la tienen. Los políticos no llevan uniforme como los militares, y saben diluir sus responsabilidades en los muchos meandros de la democracia.


Pero el hecho escandaloso está allí: hay un millón de argentinos repartidos por el mundo, a los que deben sumarse dos millones más de sus descendientes. Estas cifras son de hace cinco años, así que probablemente hoy sean mayores porque el fenómeno, que tuvo su pico en la crisis del 2001/2002, no se detiene. Estas reflexiones nacieron de un tweet de Humberto Bourlon (@elguisodebagre), un productor agropecuario radicado en Salta que admitió penosamente la posibilidad del exilio: “Ayer por primera vez en muchos años nos planteamos como familia irnos del país –escribió–. Paso a detallar los motivos: el modelo actual lleva a la concentración de la producción en pocas manos, imposible subsistir a pequeños productores como yo con la carga impositiva y el costo de los fletes, estoy a 1500 km del puerto.”

Bourlon viene luchando además desde hace tiempo contra unos falsos indígenas que le usurpan las tierras para quedarse con la madera, y hasta ahora no ha logrado el respaldo de las autoridades salteñas o de la justicia de la provincia en defensa del derecho de propiedad. “Las cuestiones de fondo como la seguridad jurídica en Salta no cambiaron nada –prosigue el productor, formado en la Universidad Di Tella y padre de tres hijos– y encima el que se perfila para próximo gobernador es kirchnerista, o sea las cosas van a empeorar.” Interesantes fueron las respuestas que obtuvo su tweet: la mayoría lo alentó a emigrar, expresando un parecido desaliento, le sugirieron lugares y le ofrecieron información, no sin alertarlo también sobre los padecimientos que les esperaban a él y su familia. Sólo unos pocos le cuestionaron el planteo, y detrás de sus mensajes se adivinaba el resentimiento de quienes saben que por las buenas nunca podrían lograr nada en ninguna parte. Futuros políticos.

–Santiago González

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