YO TAMBIÉN - YO TAMPOCO - YO DEPENDE

Autora: Crai (@cecirai)

Aún cuando creo que huelgan las aclaraciones, esta nota habla sobre los abusos de Harvey Weinstein, y sus consecuencias. A esta altura de la soireè, tener que pedirle a quien sea que escriba que diga “el abuso en cualquiera de sus formas está mal”, cada cincuenta palabras, habla más del que lee que del que escribe. Ahora sí, prosigamos.

Además del pifie de Warren Beatty en la entrega de los Oscars, una de las cosas que nos dejó 2017 fue la catarata de denuncias contra Harvey Weinstein, uno de los productores más poderosos de Hollywood, que derivó a sus vez en el movimiento #MeToo, gracias al cual muchas actrices y actores pudieron denunciar (algunos, como Elijah Wood, por enésima vez) los abusos que habían sufrido a manos de Weinstein y otros. Algo similar ocurrió con Kevin Spacey, a quien borraron tan rápido del mapa –no tanto por el abuso per se, sino por la gente con la que se juntaba a cometerlo- que mejor lean esto ligerito por si borra el nombre.

Miles de voces que no se callan más, miles de voces a las que aplaudimos de pie, miles de personas con sus vidas arruinadas que, quizás, con esto encuentren el cierre y puedan sanar. Miles de personas que aún hoy siguen haciendo silencio, que fueron cómplices entonces, lo son ahora y seguramente vuelvan a serlo con el próximo Weinstein. Porque algo es claro: hubo muchos antes que Weinstein, hubo otros tantos contemporáneos, habrá muchos más también. Y lo que lo hace posible es el silencio. ¿Que ahora se está hablando, dicen? Claro que sí. El punto es quiénes, y por qué.

Dentro del #YoTambién, hubo mucho, lamentablemente, de #YoTampoco. Y lo que es peor, #YoDepende (en eso del yo depende fuimos casi pioneros acá en Argentina, con las NiUnaMenos y su amigo Feuer).

Vimos por ejemplo a un actor de la talla de Paul Sorvino amenazando a Weinstein con matarlo si vuelve del país, por lo que le hizo a su hija, con el mismo entusiasmo que hizo mutis por el foro respecto a Quentin Tarantino, que era novio de Mira Sorvino por entonces. Sí, el mismo Tarantino que admitió saber de los abusos de Weinstein, y ahora “se arrepiente” de no haber dicho nada. Ni Mira Sorvino, ni Rose McGowan, que denunciaron a Weinstein, dijeron una sola palabra sobre Tarantino.

Asia Argento apunta a Weinstein, quien abusó durante años de ella, pero no a las mujeres que facilitaron el abuso. Porque en el caso de Weinstein hay un patrón: las que concertaban la “reuniones de producción” con Weinstein eran sus asistentes mujeres; las actrices abusadas conocían a otras actrices que iban a pasar eventualmente por lo mismo, pero no dijeron nada, para “no perjudicar su carrera”.

Las mismas mujeres que hoy hablan de no callarse, que intentan meternos el concepto de sororidad hasta por intravenosa, son las que siguieron trabajando con él y agradeciendo sus Oscars, y recibiendo su ayuda para pagar niñeras. Las mismas que aplauden que se denuncie a James Franco (quien ya se puso a disposición de la justicia, y se hizo cargo personalmente de decirlo) callaron durante veinte años, y cuando hablaron, se olvidaron de un par de nombres.

E insisto con Tarantino porque nadie lo denunció por callarse, pero sí empapelaron Hollywood con carteles defenestrando a Mery Streep por hacer, suspuestamente, lo mismo que hicieron ellas: CALLARSE. Y no quiero hablar de Oprah, o de Ellen Degeneres, la feminista que todas aman aunque faje a su señora.

Amén de esto, el #YoTambién-#YoTampoco deja algunas cosas que deben considerarse, que deben decirse para que no queden en un hashtag en Twitter que será olvidado en unos cuantos meses.

La primera, que no sólo las mujeres son víctimas. También hubo hombres, y niños, cuyas denuncias se ignoraron durante años, y sus carreras fueron enterradas (con la ayuda de campeonas del MeToo, como Oprah Winfrey).

La segunda, las mujeres no son sólo víctimas: también son cómplices, por acción y por omisión. Tanto las que le entregaban mujeres, como las que no les avisaron a las otras (curioso caso de “sororidad selectiva”), las que llevan décadas trabajando con él, diciéndose amigos suyos, son cómplices. Y es hora de que se hable de esto. Es hora de que todos los responsables sufran las consecuencias, porque la asistente que le facilitaba las mujeres a Weinstein mañana cambia de asistente, Oprah sigue con su programa, Ellen sigue fajando a su señora, todas se callan sobre Tarantino y siguen saliendo en tapas de revistas, y asistiendo a eventos de los que otros fueron borrados de un plumazo, y hablando en nombre de “las mujeres”.

En tercer lugar, pero no menos importante, el antecedente de eliminar el principio de inocencia es peligrosísimo. Aunque en el caso de Weinstein está más que probado, acusar a alguien de algo tan grave como el abuso sexual y la violación pareciera eliminar toda posibilidad de defensa. Y aunque sea algo atroz, debe haber al menos una posibilidad de que esa persona pueda defenderse. Y no la hay.

En cuarto, negar que las mujeres también comenten abusos, también usan el sexo como medio de cambio y la denuncia como modo de coerción (y pueden desmentirme en esto todo lo que quieran, pero gracias a una denuncia infundada de violencia de género, tengo una sobrinita de un mes a la que no conozco).

La diferencia es que si el abusador es hombre, se habla de “chacal violador”, y si es mujer “la profesora sexy que sedujo a su alumno de 15 años”, como si el consentimiento estuviera reservado a la mujer, y un varón no pudiera ser víctima de estupro. Y la mujer no abusa, “está empoderada”.

Y por último, y esto no lo digo yo sino muchos especialistas, la denuncia por la denuncia misma, la denuncia infundada, la que “denunció para visibilizar el problema, aunque no me pasó a mí” le quita importancia, y sobre todo recursos, a las víctimas reales.

Aplaudo la valentía de las mujeres que se animaron a hablar, algunas después de muchos años. Aplaudo que se apueste a la igualdad. Si queremos igualdad, entendamos que Weinstein es un monstruo, pero no actuó sólo, y durante años tuvo la complicidad de la mayoría de las que intentan lavarse las manos detrás del MeToo.

Si queremos igualdad, empecemos a mirar un poco más a los cómplices, a las entregadoras, a las que impiden que sus propias hijas denuncien a sus abusadoresIgualdad y MeToo bien entendido empieza por casa.

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